Quisiera divagar un poco sobre el significado de esta frase.
Es una frase que con variantes hace años que se usa en los medios.
Es solo un meme instalado en la mente colectiva que acompaña a una política que fue impuesta mundialmente cuando se produjo la prohibición de las drogas.
Drogas
La prohibición de determinadas substancias fue acompañada de una publicidad engañosa exagerando los efectos de muchas de las substancias y diluyendo el significado real de la palabra droga para convertirla en una palabra que significa poco menos que el mal.
Una droga es una substancia solo eso. Y la droga o las drogas como genérico es un sinsentido.
La marihuana por ejemplo es una planta con efectos muy diferentes a la cocaína o a la heroína. Y la heroína y la cocaína pocos efectos en común tienen entre sí.
El hecho de que use una palabra de forma meramente propagandística hace que la mayoría de la población deje el análisis para reaccionar ante ella como si fuese un mantra o mejor dicho un meme.
Pero por otra parte se entiende que se por drogas se refieren a substancias ilegales.
Así que la frase podría ser GUERRA CONTRA LAS SUBSTANCIAS ILEGALES
Ok… pero ¿guerra contra substancias?
Las substancias no empuñan un arma, no son un ejército, la frase no dice lo que realmente implica esa guerra.
Guerra.
La guerra es básicamente un negocio. Mueve mucho dinero. Creo que mucho más que el narcotráfico… pero las guerras no matan substancias matan personas. Y para matar personas se necesitan armas, una organización militar y un sistema de inteligencia.
O sea la GUERRA CONTRA LAS SUBSTANCIAS ILÍCITAS es una GUERRA CONTRA PERSONAS QUE COMETEN UN DELITO.
El delito es el comercio con determinadas substancias, es una forma de contrabando. No es un delito contra personas, no hay víctima. El consumidor es cliente voluntario. Puede ser adicto, candidato a ser adicto o consumidor responsable. Lo que convierte una substancia en ilegal solo es la ley.
La ley misma comienza a ser injusta desde el mismo momento en que los consumidores pasan a ser infractores sin que puedan defender su derecho al consumo.
Un consumidor, adicto o no adicto, desea una substancia, puede ser recomendable que deje de usarla, pero cuando directamente una ley le prohíbe su uso hay una vulneración de su libre voluntad.
Además históricamente esa substancia era legal y se tenía acceso a ella. Reglamentado o no, pero cuando la ley se aplicó se aplicó sobre una población que ya la consumía. Literalmente se les criminalizó.
Lo ahora prohibido quizás era una planta perteneciente a su cultura como en el caso de la marihuana en México, donde se usa desde poco después de la conquista. O algo que los médicos recetaban o se vendía en las farmacias, como es el caso de la cocaína o la heroína.
El consumidor de esas substancias se supone es la “victima” a quien, se supone, el estado ha de “defender”. Pero es a quien menos defiende… lo defiende supuestamente de su adición sumergiéndole en la ilegalidad. Supuestamente la ley lo defiende pero en el caso de drogas peligrosas es precisamente la ilegalidad lo que causa más víctimas.
Pureza y dosificación dejan de estar garantizadas en las substancias del mercado negro, y por tanto el consumidor adicto arriesga su vida en una ruleta rusa.
En el caso de las pastillas, si alguien tiene un problema médico nadie sabe a ciencia cierta que pastilla se tomó. Nadie sabe cuánto toma, de qué substancia ni si esa substancia puede interactuar con otra medicación por ejemplo.
Pero hay injusticias especialmente graves cuando se compara la peligrosidad de substancias legales con la marihuana.
Es en el caso del consumidor de marihuana que la prohibición muestra su carácter más arbitrario, dado que ni tan solo se puede comparar el daño que provoca con el que provocan substancias perfectamente legales y asequibles. Es con la marihuana que queda expuesto el carácter fraudulento de una guerra que supuestamente es para proteger la salud de todos, cuando lo que se hace es atentar contra la libre elección del uso de una planta.
Millones de dólares, armamento, vehículos, tropas, organización, espionaje…. Todo vigilando que una planta que la humanidad ha usado sin problemas por milenios sea cultivada y distribuida.
Un consumidor de marihuana no arriesga su vida, no arriesga la de otros, ni daña significativamente la propia salud. Se daña a si mismo menos que por tomar excesivo azúcar en la dieta. Un consumidor de marihuana solo desobedece una ley del estado. Curioso, el mismo estado que lleva a cabo la lucha contra las personas que desobedecen la ley que él mismo ha dictado.
¿Vamos entendiendo que significado grotesco tiene la guerra contra la droga? ¿El atentado mismo contra la libertad y la salud pública que representa?
La misma idea una vez aceptada en la mente colectiva nos quita la posibilidad de una mirada realista que permitiría ver qué hay realmente que hacer respecto a un conjunto de substancias que, por más prohibidas que puedan estar, se usan a diario. Ridiculizando la supuesta eficiencia de las tropas e instrumentos que supuestamente la quieren erradicar desde hace unas decenas de años.
Adicción
No es broma una adición, es diferente según que substancia, hay adicciones que no son a substancias pero son muy dañinas. Como el caso del el juego o las apuestas. Incluso hay adictos al tarot.
La adición es un problema que se debe atender, pero la guerra contra las drogas no defiende a nadie de la adicción, y tampoco reconoce la capacidad demostrada de consumo responsable que se produce a diario en todas partes.
Sea recomendable o no hacerlo, gente de todas las clases sociales, socialmente responsables como cualquiera consumen substancias prohibidas, incluso políticos que públicamente jamás lo reconocerían. Ese consumo responsable es un derecho realmente, sea reconocido o no.
Sin el mensaje alarmista, bélico y paranoico de esta guerra contra las drogas podríamos revisar la adecuación de un conjunto de leyes y políticas que es fácil sospechar no están para proteger a las personas de los problemas que el consumo pueda conllevar. Y mucho menos para defender su libertad.
Pero la paranoia es buena para la guerra y la guerra mueve millones. La guerra contra la droga es quizás el experimento social más exitoso contra la libertad de las personas. Miles de millones gastados para evitar que las personas “se dañen a sí mismas” y para colmo con un total fracaso en sus resultados.
Bueno sería un fracaso si la guerra contra las drogas quisiera acabar con el tráfico de drogas. Y no fuese principalmente mantener un estado de guerra permanente.
Con la ley y la perspectiva correcta se puede usar la droga como excusa se puede entrar en una vivienda, intervenir en un país… da igual que el consumo aumente y nadie impida el abastecimiento. Lo interesante es la guerra misma como instrumento del poder, un sistema de propaganda que impide el razonamiento y la discriminación, la visión realista de qué es mejor hacer o no hacer por la salud y el bienestar.
Es gritar “ahí está el mal”. Y el mal es una substancia.
¿Pero realmente el tráfico de drogas es el crimen por antonomasia?
La guerra mundial contra el narcotráfico no es una lucha contra las bandas criminales porque extorsionan a la población, o secuestran personas y a veces las matan, no es contra bandas que roban propiedades y cometen actos lesivos contra las personas… por más que todos entendamos que cualquiera de esas cosas es más dañino para los individuos y la sociedad, el discurso no da relevancia a eso, sino a la droga como encarnación del mal mismo.
No es una guerra contra el crimen organizado… lo que importa es que son traficantes de droga.
Así veo yo la guerra contra la droga… como un slogan, un truco de magia que hace que cada consumidor pueda ser detenido o extorsionado. Es una manera de tener poder sobre la vida privada.
Decir que una persona consume vino cada día no puede ser usado en su contra, pero la opinión pública ha aprendido a estigmatizar al consumidor, sea adicto o no sea adicto. Si alguien fuma mota cada día al llegar a su casa puede ser estigmatizado socialmente.
La prohibición es un instrumento de control social. El estado puede ser permisivo con el consumo, o criminalizarlo. La prohibición es un poder del estado, la guerra un negocio y ambos la peor manera de afrontar los problemas que el consumo puede conllevar.
No hay ninguna guerra contra las drogas. Nadie que maneja esta guerra contra las drogas quiere acabar con las substancias prohibidas. Las motivaciones reales son otras y es importante entender eso si queremos entender por qué la lucha contra la prohibición es un esfuerzo por la libertad y el bienestar de las personas. Porque solo cuando acabemos con el discurso de guerra podemos tomar un enfoque más realista y sano de qué es cada substancia, su uso recomendado, su idoneidad, qué daños puede ocasionar, distinguir uso y abuso, etc.
Ese conocimiento y la decisión personal son la que debe decidir el consumo, mientras que el estado debe valorar regulaciones que realmente protejan al consumidor.
Pero siempre es más fácil darle like o dislike a un meme, que pensar demasiado.